O xesuíta Tirso González de Santalla na Arzúa do século XVII

O libro “Misiones del M.R.P. Tirso González de Santalla”, do sacerdote xesuíta Elías Reyero, editado en Santiago en 1913 narra as misións do tal Tirso González entre 1665 e 1686, partindo dunhos cadernos manuscritos. Polo que parece, estivo en Arzúa en duas ocasións, a primeira delas entre o xoves 3 e o sábado 10 de xaneiro de 1675, e narrouno así:

Teníamos determinación de volver de allí á Santiago á descansar algunos días; mas el día de año nuevo, después de haber predicado el último sermón y despedido la gente, me hallé sumamente movido á bajar de allí á Arzúa, distante cuatro leguas, por lograr el buen tiempo que Dios envió; y así lo ejecutamos. Fué año nuevo el martes, el miércoles confesamos la gente que había quedado, y el jueves por la mañana nos partimos acompañados de muchos Sres. Rectores de aquel partido, y de un hidalgo llamado D. Juan de Prado, que había asistido con toda su familia á la misión, y tiene su casa legua y media más abajo de Sobrado, muy cerca del camino de Arzúa. Fuimos á comer á su casa, y llegamos á Arzúa á las cinco de la tarde.

A nuestra llegada á Arzúa, afligiéronse algunos, viendo que ni teníamos posada ni comodidad; mas yo los desahogué diciendo, que presto nos sobraría todo, y que allí esperaba yo se había de hacer una gran misión, aunque no estaba publicada, por haber tomado la resolución de darla, después de terminada la de Sobrado el día de año nuevo.

Se nos pegó luego un escribano muy devoto, llamado Carracedo, el cual dispuso que la villa nos diese posada en casa de un hombre honrado, que vivía más abajo de la iglesia. Aquella noche nos dieron de cenar á cuenta de la villa; pero luego llovieron tantos presentes de varias partes, que tuvimos con que pasar sobradamente, y aun para repartir con la gente de casa y con algunos sacerdotes de fuera, que vinieron de Sobrado á vernos y ayudarnos á confesar. Los primeros días hubo pequeños auditorios, por no estar bastantemente publicada la misión, hasta que el domingo día de la Epifanía, fué corriendo la voz. Yo al principio estaba arrepentido de haber venido allí por no ir experimentando fruto muy crecido; mas presto me desengañé.

Hay en aquella villa el octavo día de cada mes una feria de grande concurso, de la cual yo no tenía noticia hasta que llegué á Arzúa; y en la feria fué adonde se dió un gran pregón por toda la comarca. El lunes,víspera de ella, hicimos el acto de contrición por las calles , al cual acompañaron muchos disciplinantes, sin haberles hablado palabra de disciplina. Con esto, y con haber sacado el día de la feria, en la plaza, el alma condenada, y contado el ejemplo de Pelayo, se cogió un admirable fruto. Antes del sermón, fui convocando la gente, por aquellos campos en contorno de la villa, adonde estaba el ganado mayor y el de cerda. Con esto concurrieron al sermón unas diez mil personas, y fué tan grande la cosecha, que cogimos innumerables peces grandes, y acaecieron muchos casos singulares, que quedan apuntados entre otro papel. Vinieron á confesarse muchas personas que eran de ocho y diez leguas, y algunas de la frontera de Portugal. Con ocasión también de la feria acudieron no pocas mujeres, extremadamente necesitadas de remedio, á quienes sus maridos no dejaban salir de sus lugares á confesarse.

Viendo á un niño desnudito, como un S. Juan, y abandonado, le subí al tablado del púlpito, y después de tocar un punto de limosna, dije si había quien quisiera vestir á Cristo en aquel pobrecito. En seguida levantó la voz un hidalgo rico, pidiéndole; y á este ejemplo se colocaron otros cinco ó seis niños, y una niña, que me pidió una señora. Hubo en Arzúa muchas restituciones, algunas de las cuales pasaron por mi mano, y los que las hicieron decían, que aunque se quedasen en la calle y pidieran limosna, querían restituir lo ajeno que poseían. Concurrió allí la mayor parte de la villa de Mellid, distante dos lenguas.

Fundóse en esta misión una numerosa y lucida congregación de la gente principal de la comarca, y después fuese aumentando mucho, llegando á tener más de ciento y tantos congregantes. Hicieron un cuadro grande de tres varas de alto y dos y media de ancho, con nuestra Sra. de la Concepción en medio, y á los lados S. Ignacio y S. Francisco Javier, y cada día, con el rosario que rezan, juntan un punto de meditación.

Antes de acabar la misión, hicieron su procesión de disciplinantes muy devota en que iban cantando los muchachos unas coplas de la pasión; y aunque nosotros dijimos, que más queríamos la disciplina en seco de medio cuerpo abajo, que la de sangre en las espaldas, no pudimos contener su devoción. Cuanto más adelantaba la misión más era la moción, é iba viniendo una gotera tan continuada de gente, que si no levantamos velas, tuviéramos allí qué hacer dos meses. Fué, pues, necesario cortar; y así salimos de allí el 19 de Enero, víspera de S. Fabián y S. Sebastián, llegando á descansar al colegio.De allí á la cuaresma, gasté el tiempo en hacer treinta y dos pliegos de adiciones al libro de los escotados; y otros ocho pliegos de una carta ó memorial á los Príncipes y Prelados, llenos de motivos para reformar este abuso.

A segunda vez que estivo en Arzúa, a finais do mesmo ano 1675 contouno así:

Con singular providencia de Dios, habiendo determinado pasar desde Sobrado á Santiago á descansar unos días, después de año nuevo, en que se acabó aquella misión; me hallé de repente movido á venir á Arzúa, tomando ocasión del buen tiempo que Dios nos envió. Fué esta traza de la divina providencia para la salvación de muchas almas; pues vinimos cuatro ó cinco días antes de una feria muy numerosa, que hay allí, el octavo día de cada mes. Muchas mujeres devotas casadas ó doncellas no las dejaban sus maridos ó padres, ir fuera á confesarse, diciendo que hartos clérigos tenían por allí, y con ocasión de esta fe podían ir lejos encontraron entonces el remedio, porque Dios se lo trajo cerca. En aquella feria fueron sin número los que se resolvieron á confesar sus pecados por haber visto el retrato del alma condenada, y oído el ejemplo de Pelayo; muchas de las cuales estaban en su imaginación totalmente desahuciadas del remedio que que venían á buscar de cuatro, cinco, seis y siete leguas.
Algunas veces me sucedió hallarme tan acosado y oprimido de la multitud de penitentes, que estaban sobre mí y no dejaban confesar, que con un género de impaciencia, y para ponerlos en razón me salí de allí huyendo del tropel; y Dios dispuso esto para que, al salir, me hablasen al oído algunos pecadores diciendo: Padre confiéseme, porque tengo un pecado gravísimo, que jamás he confesado, con que conociéndolos los llamaba. Una persona tan impedida, que tardó dos días en caminar dos leguas que había de su feligresía al lugar de la misión, tenía pecados horribles de sesenta y seis y setenta años atrás; y vino movido de la fama á buscar el remedio.

Yendo por un camino, y habiéndome apeado á hacer colación, me llamaron á confesar á una enferma. Era esta una doncellita de trece á catorce años, que estaba sobre unas pajas y muy en los extremos. Parece me llevó Dios allí para su salvación; pues no se atrevía á confesar con su cura, lo que había callado otras veces. En cierto lugar atajó la misión un grande escándalo, que estaba para suceder; porque un hombre tenía hecha llave falsa para entrar en un convento á comunicar deshonestamente á una persona, y vino movido de los sermones á confesarse conmigo, y no le quise absolver hasta que me trajera la llave, que estaba en poder de aquella mujer.

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